la muerte de la mariposa


Había que ver como al final del día la mariposa se alistaba para morir. Tomaba con gran placer las últimas bocanadas de aire. Sus ojos se dirigían al cielo recordando sus vuelos infinitos. Extendía sus alas con una paciencia y una quietud digna de un baile de Geisha. Plantaba sus finos piececillos sobre la tierra y pensando en el amanecer se dejaba caer sobre el agua. Solitaria, cansada de su inútil belleza, de su vuelo fatigante. Cansada de ser abandonada en el momento de su plenitud, de su vuelo perfecto, ante la ausencia de abrazos o miradas complacidas. Moría cada día en el río para renacer en todo su esplendor a la mañana siguiente y soportar la vida nuevamente hasta la llegada de su nueva muerte, al finalizar el día.